martes, 17 de noviembre de 2015

EL POTOSI
Aquí habitaban los hombres de la nariz de luna, súbditos en los últimos tiempos del imperio del sol, donde abundan los tihuanacos, donde los caminos eran de piedra labrada y firme.
Hablaban una lengua hermosa. Por más de dos centurias sintieron orgullo de pertenecer a su inga.
Aquí habitaban. En lo más alto, en lo más frio, hablo de días en los que las montañas estaban hechas para guardar los gritos de los pájaros salvajes. Hablo del tiempo en que las voces estaban manchadas de verdad y los países tenían su corazón en los bosques y la resina.
Aquí habitaban. Y gastaban sus días hablando con los dioses o hundiendo sus dedos entre barro ceroso y arena.
Quizás, en las noches lánguidas nunca imaginaban que ya subían jinetes extraños dejando su marca de metal sin corceles. Les buscaban y sesgaban con sus espadas las ramas de los árboles.
Mirando las montañas sabían que allá arriba, el viento les alargaba los cabellos a las mujeres indias, que el agua lamia con rudeza sus cuerpos. Y así todo, un impacto brutales deslizaba entre las hojas y los petos brillantes. ¡Los conquistadores llegaban!
Que nostalgia debió sentir entonces nuestra raza, entre años, entre siglos amparada por la soledad.
El día se llenó de ruido rápido de caballos que galoparon entre el ramaje. El inga, el vidente, sabe lo que les acaecerá, imagina los ríos de sangre que dejaran sus hermanos al morir enclavados por los instrumentos se acercan y solamente es el indicado para pensar en la forma de evitar que eso ocurra. ¡Él debe guiarlos! 
El inga reúne presuroso a su gente, manda a dar aviso a todos sus hombres, que no tienen tiempo, que reúnen sus mujeres, sus hijos, todo cuanto puedan llevarse, que se van.
Los pequeños senderos por ellos construidos los ven desfilar, uno a uno, con la tristeza apretada entre sus labios.
“si lo que quiere es tierra, si lo que buscan es oro, que lo busquen, que lo tengan… yo no puedo enviar a mi gente a la muerte”, piensa el inga. Irán a parar a donde no puedan encontrarlos jamás.
El tiempo se hace largo, sobre los ríos que atraviesan solo dejan silencio. Buscan la paz que otros les quitan, entre el follaje, más de uno abrió su pecho y lo lleno de rabia.
Muchos días transitaron por ríos, cerros, valles, laderas, hasta que sobre la mas empinada montaña el inga se detuvo y detuvo a su gente. Ya las huellas de los caminos en esos lugares habían desaparecido. El inga cree haber encontrado el lugar.
Comienza con pausadas palabras al alentar a sus indios: “aquí entre lluvias nadie escuchara nuestra voz quejumbrosa  aquí nacerán nuestros hijos sin parecer yugos”. En lo más alto descansaron en seguida botaron entre la tierra las riquezas que habían transportado.
En ese sitio permaneció desde entonces este pueblo de gentiles, encerrado con el deseo de vivir ignorado por los siglos de los siglos…
Estuvieron así, ignorados por completo, hasta un día del siglo XVII en que fueron descubiertos. El lugar se conoce hoy como caserío de las lajas, compuesto por costumbres asombrosas que desde arriba ven recorrer el rió pastaran o guaytara. Por las riquezas que se sacaron de este poblado, le llamaron EL POTOSÍ  recordando aquel potosí de la provincia de las charcas en Bolivia donde el oro abunda.

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