martes, 17 de noviembre de 2015

EL POTOSI
Aquí habitaban los hombres de la nariz de luna, súbditos en los últimos tiempos del imperio del sol, donde abundan los tihuanacos, donde los caminos eran de piedra labrada y firme.
Hablaban una lengua hermosa. Por más de dos centurias sintieron orgullo de pertenecer a su inga.
Aquí habitaban. En lo más alto, en lo más frio, hablo de días en los que las montañas estaban hechas para guardar los gritos de los pájaros salvajes. Hablo del tiempo en que las voces estaban manchadas de verdad y los países tenían su corazón en los bosques y la resina.
Aquí habitaban. Y gastaban sus días hablando con los dioses o hundiendo sus dedos entre barro ceroso y arena.
Quizás, en las noches lánguidas nunca imaginaban que ya subían jinetes extraños dejando su marca de metal sin corceles. Les buscaban y sesgaban con sus espadas las ramas de los árboles.
Mirando las montañas sabían que allá arriba, el viento les alargaba los cabellos a las mujeres indias, que el agua lamia con rudeza sus cuerpos. Y así todo, un impacto brutales deslizaba entre las hojas y los petos brillantes. ¡Los conquistadores llegaban!
Que nostalgia debió sentir entonces nuestra raza, entre años, entre siglos amparada por la soledad.
El día se llenó de ruido rápido de caballos que galoparon entre el ramaje. El inga, el vidente, sabe lo que les acaecerá, imagina los ríos de sangre que dejaran sus hermanos al morir enclavados por los instrumentos se acercan y solamente es el indicado para pensar en la forma de evitar que eso ocurra. ¡Él debe guiarlos! 
El inga reúne presuroso a su gente, manda a dar aviso a todos sus hombres, que no tienen tiempo, que reúnen sus mujeres, sus hijos, todo cuanto puedan llevarse, que se van.
Los pequeños senderos por ellos construidos los ven desfilar, uno a uno, con la tristeza apretada entre sus labios.
“si lo que quiere es tierra, si lo que buscan es oro, que lo busquen, que lo tengan… yo no puedo enviar a mi gente a la muerte”, piensa el inga. Irán a parar a donde no puedan encontrarlos jamás.
El tiempo se hace largo, sobre los ríos que atraviesan solo dejan silencio. Buscan la paz que otros les quitan, entre el follaje, más de uno abrió su pecho y lo lleno de rabia.
Muchos días transitaron por ríos, cerros, valles, laderas, hasta que sobre la mas empinada montaña el inga se detuvo y detuvo a su gente. Ya las huellas de los caminos en esos lugares habían desaparecido. El inga cree haber encontrado el lugar.
Comienza con pausadas palabras al alentar a sus indios: “aquí entre lluvias nadie escuchara nuestra voz quejumbrosa  aquí nacerán nuestros hijos sin parecer yugos”. En lo más alto descansaron en seguida botaron entre la tierra las riquezas que habían transportado.
En ese sitio permaneció desde entonces este pueblo de gentiles, encerrado con el deseo de vivir ignorado por los siglos de los siglos…
Estuvieron así, ignorados por completo, hasta un día del siglo XVII en que fueron descubiertos. El lugar se conoce hoy como caserío de las lajas, compuesto por costumbres asombrosas que desde arriba ven recorrer el rió pastaran o guaytara. Por las riquezas que se sacaron de este poblado, le llamaron EL POTOSÍ  recordando aquel potosí de la provincia de las charcas en Bolivia donde el oro abunda.
-EL DEMONIO DE LAS LAJAS

Cuando estés en las lajas observa con detenimiento los cerros que la rodean, veras que en unos de ellos está situado el poblado  del potosí, del que ya hemos referido su historia; más adelante descubrirás que se ha ido formando en la grosura de la peña y por consecuencia dela caídas de agua, una figura como la de un hombre que va acaballo
Pues bien, esta es su leyenda:

En el gran derrumbadero de las lajas que es aquel cerro, habitaba el demonio, de ahí que nadie o mui pocos pasaban por esos lugares, por esa misma razón el pueblo del potosí  pudo permanecer ignorado durante mucho tiempo.
A las personas que en su viaje se les ocurría  esa ruta el demonio les salía al paso y  por el susto que les causaba se derrumbaban rodando sin que pudieran salvarse, y no era para menos pues en las partes superiores existen unas lajas tan colgadas que nadie se asoma  a su borde. En medio de la inmensa curva natural que corta el paraje, en la laja más fina y más plana se apareció la virgen que a hora se dice la virgen de las lajas.
La virgen cuando salió lo primero que hizo fue dejar clavado en la peña al demonio y hasta ahora lo tiene allí. Desde entonces empezó a frecuentarse otra vez el lugar, el prodigio de la aparición se divulgo por todas partes, las romerías fueron numerosas y el diablo dejo de aparecer y no ha vuelto a espantar a nadie que baya o venga por ese sitio.
    LA TURUMAMA.
La turumama   antes de  empezar a regar  su llanto  por los caminos  había  sido  una mujer  como todas,  solo  que algún maleficio  hubo  de perseguirla  desde  si niñez  cuando  corría  y cantaba  por los montes  y no hacía más que arrancar  las flores  de los calabazos  y las higueras.
Al  crecer  no se despegó  de aquellas costumbres, hacía  caso  omiso  de las  súplicas  de su madre  cuando le pedía  insistentemente  que no se alejara  de su choza,  que le ayudara  a desgranar  las  mazorcas de maíz, a  hilar  lana  o a cocinar.
Y sucedió que uno de esos días cuando se dedicaba a  vagar, habiéndose sentado  en un peñasco, se le presento  el arco iris  y encontrándola sola,  la preño. Quedo embarazada  de aquel endriago  sobre natural.
A los pocos días  comenzó a sentir  fuertes dolores, a veces le parecía  que se le desgarraban las entrañas  y que se moriría de un rato para otro.
Trascurrió el tiempo y la joven muchacha tuvo  que prepararse para  dar a luz.  Se fue  al rio,  solitaria , como hacía  desde tiempos  inmemoriales  las mujeres  indias,  ellas no necesitaban  si no  del agua  para lavar la criatura  que  parían. Cuando estuvo allí,  con el cuerpo completamente  empapado de  sudor y encogido  como si llevara un gran peso  a  horcajadas, como si fuera a reventarse y a  dejar salir de ella  un espanto, se recostó constreñida. Pujaba,  se encogía  y más pujaba  soltando gritos  desabridos.
 La mujer con los dolores  tan intensos  que sentía,  apenas  si alcanzo  a sacar  al niño  de su vientre,  apenas pudo hacer eso antes de desmayarse , la criatura  se aflojo  de sus manos  y cayó  en la corriente  del rio  que se lo llevo  en su caudal.
Cuando la  parturienta  se recobró  lo primero que hizo  fue clamar desesperada por su hijo. Desde entonces comenzó a buscarlo por todos los riachuelos, ríos y montes  que había andado y por todos los lugares  se empezó a escuchar su llanto  y sus quejidos profundos.
Pero además  de la pena  a que  había estado  destinada  la “turumama”  sufrió  una horrible transformación, conforma buscaba  a su hijo su cuerpo  enflaquecía, sus manos  se tornaban largas y huesudas , sus cabellos  eran una completa maraña, y lo que es más,  sus senos  se alargaron extremadamente, tanto que para poder caminar  tiene que tirar de ellos hacia los hombros, pero  siempre se le vuelven a caer. Su cara  siempre aparece enlodada  y  revuelta con ceniza, muchos de los que la han visto, han Oído  cuando  con su voz  lastimera  dice: “ay…ayyyy… donde lo hallare… donde lo encontrare…”
La turumama  está destinada  a vagar  por los caminos en búsqueda  del recién nacido que perdió. Frecuentemente  visita los ranchos,  cuando esto ocurre las gentes esconden  a sus hijos porque ella puede robarles alguno  pensando que es el suyo.  Llega  llorando y gimiendo sordamente. Cuando  en sus visitas se encuentra  un fogón, se lleva  a la boca los carbones encendidos,  así descansa para continuar en la búsqueda eterna, en la interminable llamada  del hijo  que se le llevo el rió.
EL CARRO DE LA OTRA VIDA

Aquí en nuestro corregimiento de Santander en 1968, cuando todavía no existía la energía, contaba mi papa francisco que casi se lo llevan los diablos.
Cuando yo era pequeño mi papa francisco me contó de su anécdota, de haber mirado el carro de la otra vida. Mi papa me decía: “no andarás de noche porque es malo, llegaras rápido a la casa”.
En aquel tiempo yo vivía en san Juan chico, y a mi papa le gustaba andar en la noche.
En esa ocasión mi papa se encontraba en esta vereda de Santander siendo las 11:00pm, cuando el miro que brillaba una luz en la vereda de las Huacas y él pensó que era un carro de esta vida sin saber que era de la otra, y en un instante esa luz apareció donde la familia Bonilla, mi papa quedo asombrado de su inmensa rapidez y pensó que era un buen chófer  Otra cosa que lo asombro fue que era un carro pequeño ya que en ese entonces solo existían dos buses grandes que pertenecían al señor Manuel Bravo, semejantes a los buses de don Hipólito palacios.
Me contó que el carro se iba acercando cada vez más, estaban a una distancia de cien metros y desde allí pudo observar lo misterioso, cuando miro en este carro había un solo bombillo y adentro varias calaveras eso paso como un viento y al llegar a donde la señora Aura Flores, este carro dio cambio y se fue por la cuesta sin haber carretera dirigiéndose hacia donde el señor Julio Inguinal.
En la misma noche, había estado un señor en la planta de energía donde vivía mi tío Hermiseno y este señor había dicho que lo miro al carro y que en un momento ya había aparecido es Puerres y que las calaveras se iban quejando peor que enfermos.
Hubo otra oportunidad que mi papa lo había vuelto a mirar, cuando él estaba en la planta de energía, allí solo habían callejones, pero  esta vez él ya sabía lo que era, se asustó y observo que tenía luces rojas y muy brillantes y andaba muy rápido por donde no existía carretera.
Mi papa me contó que se había corrido a una casa para poder favorecerse ya que este carro se lo quería llevar, y en el terreno por donde el pasaba habían unos terneros y el del susto se escondió en medio de ellos, los terneros asustados saltaban quebraron las estacas, y estas huyeron hacer daño a una huerta de maíz a mi papa lo acabaron de golpear, hasta que huyo y llego a una casa y al golpear salió una señora, mi papa le contó lo sucedido y le pidió posada e informándole también que los  terneros estaban haciendo daño en el maíz, ella le dijo que por ningún motivo salía.
RELATADO POR: HORACIO IMBACUAN
MUNICIPIO: CORDOBA (NARIÑO)
VEREDA: SANTANDER
El Guando 
es una especie de andamio hecho detablas o de guadua picada, en forma de camilla cubierta por una sábana blanca, bajo la cual se supone va el muerto. En algunas regiones le dicen el GUANCO O BARBACOA. Este espanto va acompañado de cuatro personas, que generalmente son los cargueros del muerto. Aparece a la orilla del camino, a la orilla de un torrente, cerca de un pantano o entre el bosque.
Las apariciones de este macabro espectáculo en la mayoría de las veces conmueve, no sólo por creer que en realidad llevan al difunto por ir los familiares acompañándolo, sino por el murmullo coral del rezo del Rosario y el Réquien por su alma.
Hace muchícimos años vivía un hombre muy avaro, incivil, terco y malgeniado, que no le gustaba hacer obras de caridad, ni se compadecía de las desgracias de su prójimo. Los pobres del campo acudían a él a implorar ayuda para sepultar a algún vecino, pero contestaba que él no tenía obligación con nadie y que tampoco iba a cargar un mortecino. Que les advertía, que cuando él se muriese, lo echaran al río o lo botaran a un zanjón donde los gallinazos cargaran con él.
Por fin se murió el desalmado, solo y sin consuelo de una oración. Los vecinos que eran de buen corazón, se reunieron y aportaron los gastos del entierro. Construyeron la camilla y cuando lo fueron a levantar casi no pueden por el peso tan extremado. Convinieron en hacer relevos cada cuadra, a fin de no fatigarse durante el largo camino al pueblo. Al pasar el puente de madera, sobre el río, su peso aumentó considerablemente, se les zafó de las manos y el golpe sobre la madera fue tan fuerte que partió el puente y el muerto cayó a las enfurecidas aguas que se lo tragaron en un instante.
Sus apariciones más seguras se verifican en la víspera de los difuntos, o sea en las fiestas de las Animas; en los lugares aledaños a los cementerios, causando gran pavor a la tétrica procesión, portando sus acompañantes coronas, cirios y rezando en voz alta: de vez en cuando se oye una voz cavernosa e imperativa que dice: "meta el hombro compañero... ". 
LA CASONA DE LOS ESPANTOS 
A espaldas de la Catedral de Santiago, se encuentra una vieja casona construida en 1627, la cual alberga en la actualidad las oficinas delInstituto Nacional de Antropología e Historia y Cáritas de Catedral.
Por muchos años fue conocida como “La casa de los espantos”, pues los espíritus recorrían las habitaciones, haciendo crujir la madera del suelo, moviendo obejetos, sus voces se escuchaban por todo el vecindario, puertas y ventanas se azotaban sin importar si era de noche o de día.Después de la Revolución, su nuevo dueño se desanimó por los rumores acerca de los fantasmas que habitaban la casa. Así que, junto a algunos amigos, se armó de valor e intentó pasar una noche en la mansión, para comprobar la falsedad de los espantos.
A la medianoche, mientras jugaban cartas, el grupo notó que un halo de luz provenía de una de las recamaras. Cautelosos y empapados de sudor frio, abrieron la puerta y se encontraron con una escena como proyección de cinematógrafo, en la cual actuaban solamente espectros.Se les apareció la imagen de Doña Leonor, quien escribía serenamente, mientras mecía con suavidad una cuna. A la habitación entró Don Gonzalo. Indignada, Doña Leonor le reclamó por atreverse a entrar a su cuarto, y manchar su honor. En ese momento apareció Don Pedro, esposo de la bella mujer el cual al creerse engañado, sin vacilar sacó su espada y mató a Don Gonzalo. Luego hirió tres veces al bebé con la daga. Doña Leonor, desecha por la muerte de su hijo, también murió en manos de su esposo.
El iracundo hombre, ordenó a su mayordomo emparedar los cuerpos para ocultar su crimen y ambos huyeron de Saltillo.
El nuevo dueño, presenció de primera mano el oscuro pasado del lugar, y después de abandonar despavorido la antigua casona. Regres’o al siguiente día, acompañado de autoridades civiles y eclesiásticas. Quienes retiraron los cuerpos y les dieron santa sepultura.Desde entonces, las ánimas descansaron y dejaron de aparecer en la casona.



EL NIÑO UACA    

 Sin un solo centavo en los bolsillos, el borracho salió de la cantina cerca de la media noche. Lo había perdido todo apostando al cuarenta. Menos mal su compadre de toda la vida le invitó a unos cuantos tragos de contrabando, sino le hubiera tocado aguantarse la derrota a secas.

       Dirigió los pasos hacia su hogar ubicado cerca del cementerio. Caminó por el Penipe desierto de calles en penumbra, cercos de cabuyo negro y lúgubres sombras de cedros en la oscuridad. En medio de la embriaguez, estuvo consciente cuando pasaba frente al campo santo. Aceleró sin atreverse a dirigir ni una sola mirada a las tumbas porque le aterraba. Dobló a la derecha en la esquina y anduvo unos metros más. Ahí estaba el lugar que le advirtió su abuela señalándolo con el índice ¡Huy, cuidado con esa parte del cementerio hijito!, por ahí ronda el diablo. 

       No le sorprendió la mala fama de ese sector del panteón, pues por causa de las novelerías de la iglesia, ahí era donde se enterraban los suicidas y los niños que morían sin el perdón del pecado original. El borracho pensó que la noche se tornaba cada vez más oscura, de pronto, escuchó el llanto de un bebé. Fue un ruido casi imperceptible, un leve quejido entrecortado apenas audible, al cual, no le prestó atención. Siguió caminando, avanzó unos cuantos pasos más, y entonces el llanto fue más evidente. Era un lamento desgarrador, un cloqueo repentino y estridente que le pareció el de un recién nacido. El borracho samaritano buscó por todas partes al bebé, fue difícil por la ausencia de luz, pero al final lo halló, debajo de un enorme cabuyo negro, estaba envuelto como una humita llorando sin tregua.

De pronto afloraron los sentimientos altruistas del borrachín, que compasivo, lo tomó entre sus brazos, pensó que su mujer podría cuidarlo por esa noche, mientras buscaban a la madre desnaturalizada que lo había abandonado. Le pareció que el niño no podía moverse, de manera que lo desenvolvió con ternura y le dijo, Mira qué lindo bebe ¿Por qué te abandonaron? 

     Siguió su camino con el infante en brazos, todavía no terminaba de cruzar por el lado izquierdo del cementerio, cuando se fatigó por el esfuerzo de la carga. Sintió que la embriaguez le pesaba también, no conseguía caminar en línea recta y el bulto era más pesado a cada paso que daba, aunque esta última afirmación, le pareció dudosa, de manera que se detuvo para comprobar la certeza de su absurda percepción acerca del peso del niño ¿Cómo podía un bebé crecer tan rápido? 

    Levantó el velo que le cubría el rostro, mudo de espanto fue testigo de cómo la fisonomía de la creatura cambió. Los ojos se le crisparon, sus rasgos se tornaron diabólicos y le crecieron unos colmillos descomunales. Papá, Papá, ve qué lindos ojos tengo. Papá, Papá ve qué lindos dientes tengo, dijo el niño con voz gutural.  En menos de un minuto el borracho estuvo sobrio por el golpe del susto, pero se quedó paralizado. Papá, Papá, ve qué lindo rabo tengo. Cuando el diabólico bebé dijo esto, el joven salió del estupor y vio que tenía entre los brazos al demonio en persona, no supo de dónde sacó fuerzas para arrojarlo por los aires y salir corriendo tan pronto como sus pies le permitieron. 

     Al siguiente día, encontraron al desafortunado joven, estuvo despatarrado muy cerca del la esquina izquierda del panteón, tenía residuos de espuma en la boca. Los vecinos no dudaron que el guagua auca fue el responsable, pues hace poco un niño murió sin el sacramento del bautismo.
el duende
Cuentan que los duendes habitan en lugares donde hay guaduas, árboles muy altos y fincas lejanas. Dicen quienes lo han visto, que para espantar a los duendes es necesario tocar un tiple (instrumento parecido a la guitarra) bien templado al son de las vacas que llaman. 

La leyenda dice que un señor de apellido Pantoja, en algún lugar de Colombia, tenía dos hijas a las que el duende perseguía y no dejaba dormir. Ellas dicen que sentían un hombre que se les acomodaba al lado y las pellizcaba, las tocaba. Pero prendían la luz, y no había nadie… 

Entonces, llegó el párroco del pueblo y le dijeron: “Padre, imagínese que alguien nos está persiguiendo...” . El cura les dijo que se confesaran y que él luego les daba la comunión. Ese mismo día, en la noche las cogió a mordiscos y no las dejó dormir. Como quien dice, se les agravó la situación con ese personaje.  

Entonces, un señor vecino de ellas, les dio la solución a su problema. Les contó del tiple y ellas le dijeron a su papá que consiguiera uno para poder dejarlo listo la noche, que ya casi llegaba. Así que lo dejaron encima de una mesa, en la habitación de las mujeres. En la noche, llegó el personaje y vio el tiple que sonaba. Más tarde, curiosamente el tiple continuaba sonando. Las mujeres entraron a la habitación, y nadie lo estaba tocando. Se acercaron el tiple, y este se quedaba en silencio. No vieron a nadie. 

Llegó el amanecer y el tiple dejó de sonar. Ya no estaba en la mesa donde las mujeres lo habían dejado. De ahí en adelante, el duende no volvió jamás. 

Cuentan también que el duende era uno de los ángeles preferidos por dios. Como se portó mal, entonces lo mandó al infierno. Estando en el cielo, el duende era uno de los ángeles que tocaban el arpa. Por eso es que para cogerlo y detener sus travesuras, hay que dejar un tiple bien templado. 

Dicen que cuando el duende se enamora de una muchacha, se le mete a la casa para molestarla. Lanza piedras a la casa como si lloviera con terrones. También dicen que invita a los niños a jugar con él en medio del bosque hasta altas horas de la noche. Cuando los padres encuentran a su hijo, lo encuentran arañado, sucio, con mucha hambre, fiebre y con alergia en todo el cuerpo.

martes, 10 de noviembre de 2015

Origen del rio guaitara 

En un guaico de la región de huntallacta, habitada por familias de la población quillacenca, vivía la familia de los guitaros, aferrados a la tierra que explotaban en pequeñas parcelas y recolectaban frutos silvestres para su alimentación.
Estos originaios adoradores de ídolos] de la naturaleza como la ñucallacta (madre tierra) intiguasy (sol), nunca pensaron que a su región le “llegarían los malos tiempos”, siendo por entonces atacados por clanes de otras regiones de las que hacía mucho tiempo no tenían mayores datos; tal vez fue en los tiempos de la invasión inca a la región del Pilcomayo. Se llenaron de pavor cuando esto ocurrió, sintieron su mundo derrumbarse creyendo que los cencas del chota, caníbales, guerreristas crueles, descendientes de los incas de tiuantisuyo, habían llagado a exterminarlos. Al saberse de la gran cantidad de intrusos armados decidieron huir, no tuvieron tiempo para organizarse, se desparramaron por un desfiladero al Yunguita camino de Ancoya y Sandoná
Fueron perseguidos, apresados, obligados a trabajar la tierra como esclavos, subyugada su libertad y tranquilidad. Entre los prisioneros cayó su cacique Guaitara, que se decía era un hombre gran trabajador, rudo pero insigne defensor de su pueblo.[
EL Guaitara, rendido y humillado por los implacables incas, mantenía la mirada vaga hacia el Sol, le vieron triste y que su vida se apagaba lentamente, las noches se le volvían negras, nubladas y lluviosas lo que lo llevó a profunda tristeza, lo embargó la impotencia al no poder defender a su pueblo, lloraba de manera incansable y copiosa sin que los suyos pudieran hacer algo para rescatarlo, no contó con la piedad de los invasores que se dedicaron a colonizar sus tierras.[
En el lugar de cautiverio su llanto era tan profuso que de sus ojos salían riachuelos que al juntarse sobre su colérico y agitado pecho formaron un río que bajó como fuente inagotable, rugiente y tormentosa como clamando venganza
Ese río es el mismo Guaitara, cuyo caudal se creció como en temporal de invierno. Río en el que la propia mirada del indio se desvaneció sin esperanzas, su cuerpo languideció, perdió las energías y se dejó llevar en sus propias aguas hasta llegar al Pilcomayo donde formó un remolino que lo impulsa hasta el mar donde logró ganar su libertad para nunca más volver. Los guerreros incas invasores jamás lo volvieron a encontrar
Esta rebeldía parece ser la que lleva años después a que sus descendientes GUAYROS, (indios de Guaitarilla) reconocidos por su espíritu indómito afloraran un 18 de mayo, todo ese caudal de rebeldía liderados por Francisca Aucu y Manuela Cambal, para protestar contra los extraños Clavijo
leyenda de la laguna de la cocha

El cacique Pucara, cuyo nombre significa Fortaleza, estaba enamorado de la princesa Lluvia de Estrellas, logró conquistarla y formar con ella un hogar donde nacieron tres hijos: Lucero, Estrella y Viento. Los cinco vivían muy felices en ese valle de los Andes que albergaba a siete sobresalientes ciudades, según testimonio tradicional de los viejos pobladores del sector.

Dice la leyenda, que no podía faltar en ninguna armonía social y familiar la presencia de maldad y envidia, y así fue que durante una de las fiestas del Baile del Sol, cuando ya los niños de Lluvia de Estrellas estaban grandecitos, Fortaleza invitó y llevó a su esposa a una de las siete ciudades donde celebraban las mejores fiestas en honor del dios Sol, allí se divirtieron mucho hasta el amanecer.

Narran que Munani (el amante), era el bailarín principal de la comparsa del festejo, impresionó  grandemente al público en general, pero de manera particular dejó caer su gracia y su encanto en la princesa Tamia o Lluvia de Estrellas.
Para la princesa Lluvia de Estrellas, los días a partir de aquella fiesta no fueron los mismos, pensaba en el danzante Munani. Un día, cuando Pucara no se encontraba en casa, llegó Munani a buscar a Tamia, ésta salió y regocijada atendió al danzante, quien definitivamente había impactado en su corazón. Besos y abrazos se dieron los nuevos amantes. Concertando citas a partir del momento, acordaron un día romper con su silencio y decirles a todo el pueblo lo que estaba sucediendo.
Dicen que cuando la gente se dio cuenta de que Tamia y Munani estaban enamorados, Pucara se entristeció, acabó  con su liderazgo y no queriendo estorbar en el camino de los nuevos amantes, se fue a la montaña con sus tres hijos y comenzó a criar y cuidar insectos.

Tamia y Munani comenzaron a andar sin restricción alguna por entre las siete ciudades, se entregaron al amor y la diversión sin ninguna restricción, situación que escandalizó a la comunidad entera, obligando a las personas a no prestar ninguna clase de servicio a los nuevos amantes.

Dicen que un día, golpeando de puerta en puerta, pedían que les regalaran un pilche (totuma o mate) con agua y nadie respondía a su llamado. Hasta cuando se encontraron con un niño, a quien engañaron con la entrega de un pedazo de pan, logrando el pilche con agua.

Los dos enamorados, se acostaron en un potrero cercano y dejaron el pilche con agua a sus pies, y el hombre lo regó. No se dio cuenta que el agua derramada de la totuma comenzaba a crecer hasta que prácticamente los estaba ahogando; en ese momento, llegó un insecto, de los que Pucara criaba y cuidaba con sus tres hijos, lo picó y lo hizo botar abundante agua por la boca y nariz.

Era tan grande su caudal que rápidamente inundó la totalidad del valle, quedando bajo el agua las siete ciudades. Cuentan algunos pobladores, que un sonido de campana fue lo último que se escuchó sobre ese sector que hoy conocemos como el Lago Guamuez o Laguna de La Cocha.

Pucara, que asombrado y entristecido observaba desde la montaña con sus hijos el encantamiento del lugar, lloró tristemente su desgracia, se acogió cariñosamente a sus tres hijos y se quedó petrificado para siempre en la montaña que lleva el nombre del insecto que picó a su rival, !El Tábano!

Cuenta la tradición popular que cuando Pucara recuerda la traición de Tamia con Munami, llora tristemente en medio de rayos y centellas, y sus lágrimas aumentan el caudal de la laguna, causando grandes estragos a los pobladores de las orillas de La Cocha                 

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Una pequeña demostración de el padre descabazado

martes, 3 de noviembre de 2015

EL ALMA EN PENA

De manera acelerada, con paso firme, como queriendo alcanzar en un dos por tres el objeto a lograr, avanza por entre el andén de la casa colindante con el templo, el padre Jaime Álvarez, cura párroco de la vecindad.

Viste de manera sobria con su sotana oscura, raída por el tiempo, resistiéndose a modernizarse en su vestir, considera inoportuno lucir de clergyman como lo hacen hoy en día muchos de los colegas y continua entonces con el tradicional traje talar.

Su alta figura, desgarbada ya por el paso de los años, aun se impone cuando se encuentra en medio de la multitud o en la calle solitaria de su barrio, donde se siente respetado cuando a su paso lo saludad y le ceden sin ningún preámbulo el camino de la acera toda clase de gente, comenzando, claro está, por las viejas matronas del vecindario que aun recuerdan con claridad su llegada a la parroquia y los festejos que con tal motivo se hicieron en su honor.

El repique puntual de las campanas, hace que aligere el paso para entrar de manera inmediata a la sacristía donde ya se encuentra Roger Julián, su fiel amigo y sacristán, quien saludando de manera reverencial comienza a colocar el traje ministerial al presbítero para la celebración de la misa.

De frente a los feligreses, sin saber el porqué, viene a su memoria cierto nombre de la mujer que cual efímero recuerdo da vueltas entre su cabeza sin poder precisar cuál es el verdadero nombre y apellido, y el por qué tanto deambula el impreciso nombre, entre el recuerdo de los años que se esfuman por entre la penumbra y añoranza de un ayer que se fue, pero que aun repercute de manera singular sin recordar de manera incierta el porqué. Extasiado como estaba, pensando, tratando de aprehenderlos para encontrar el verdadero nombre de la mujer que lo retraía en sus recuerdos, se sorprende cuando Roger Julián, da un golpe a propósito al micrófono, tratando de llamar la atención del sacerdote que cual si fuese una estatua viviente se había quedado mirando hacia abajo, hacia un infinito sin fondo, buscando un algo sin encontrar.

Inicio la misa y tal como solía suceder en los últimos días, mecanizaba sin mayor esfuerzo el rutinario ritual, pero con un cierto temor a un no  sé que ni el mismo podía descifrar, menos poder precisar. Cuando llego el momento de expresar el nombre de por quién se celebra el ritual de la misa, su mente se turbo, no pudo pronunciar palabra alguna y cuando descanso desfallecidamente sus manos sobre la mesa que servía de altar, tuvo que cerrar los puños de las manos como queriendo apretar un algo que fácilmente se escapaba entre sus dedos.

Termino con dificultad la ceremonia, esperando en que sus feligreses no hubiesen notado nada extraño en el comprometido comportamiento que solo el quizá su fiel sacristán, sabían por cuanto de un tiempo acá, el pare Jaime, había referido confidencialmente sobre el  momento crítico por el que estaba pasando.

Busco, luego de quitarse el ceremonial traje, un pequeño papel donde bien recordaba tenia escrito el nombre de una mujer por quien debía orar, nombre que  a veces llegaba con gran claridad a su pensamiento y a la vez se perdía, se esfumaba entre recuerdos vanos. No lo encontró, teniendo una vez más que resignarse a continuar hurgando dentro de su pensamiento a ver si recordaba con precisión el nombre de la mujer que se perdía impertinentemente en su memoria.

Ya era tarde las sombras de la noche martilleaban sobre la casa cural y el padre Jaime, decidió con precisión buscar la escalera que conduce del pequeño patio al segundo piso donde se encontraba su alcoba. Atravesó el patio y cuando estaba cogiendo la baranda para iniciar a subir las escalas, miro hacia el fondo, entre el descanso de peldaños y el suelo, y observo una especie particular de montículo oscuro, dotado de cierto movimiento nada natural, hecho que llamo de inmediato su atención, fue hasta él, y  ¡OH sorpresa! Al comprobar con su mano que era el cuerpo de alguien que de manera acurrucada, en cuclillas se tapaba totalmente con un manto negro, como queriéndose ocultarse de todo y de nada.

El padre Jaime con la mano izquierda trata de sacudir el bulto negro y con la derecha ha iniciado la señal de la cruz sobre su cuerpo, pronuncio algunas ininteligibles palabras que ni el mismo supo que decían. El bulto negro, todo cubierto y oculto en plena oscuridad, se había desaparecido

LA MADRE MONTE   

Los campesinos cuentan que cuando la Madremonte se baña en las cabeceras de los ríos, estos se enturbian y se desbordan, causan inundaciones, borrascas fuertes, que ocasionan daños espantosos. y leñadores que la han visto, dicen que es una señora corpulenta, elegante, vestida de hojas frescas y musgo verde, con un sombrero cubierto de hojas y plumas verdes. No se le puede apreciar el rostro porque el sombrero la opaca. Hay mucha gente que conoce sus gritos o bramidos en noches oscuras y de tempestad peligrosa. Vive en sitios enmarañados, con árboles frondosos, alejada del ruido de la civilización y en los bosques cálidos, con animales dañinos.
La Madre Monte - Mitos y leyendas ColombianasCastiga a los que invaden sus terrenos y pelean por linderos; a los perjuros, a los perversos, a los esposos infieles y a los vagabundos. Maldice con plagas los ganados de los propietarios que usurpan terrenos ajenos o cortan los alambrados de los colindantes. A los que andan en malos pasos, les hace ver una montaña inasequible e impenetrable, o una maraña de juncos o de arbustos difíciles de dar paso, borrándoles el camino y sintiendo un mareo del que no se despiertan sino después de unas horas, convenciéndose de no haber sido más que una alucinación, una vez que el camino que han trasegado ha sido el mismo.
El mito es conocido en BrasilArgentina y Paraguay con nombres como: Madreselva, Fantasma del monte y Madre de los cerros.
Dicen que para librarse de las acometidas de la Madremonte es conveniente ir fumando un tabaco o con un bejuco de adorote amarrado a la cintura. Es también conveniente llevar pepas de cavalonnga en el bolsillo o una vara recién cortada de cordoncillo de guayacán; sirve así mismo, para el caso, portar escapularios y medallas benditas o ir rezando la oración de San Isidro Labrador, abogado de los montes y de los aserríos.
LA TUNDA
Una mujer fea, que tiene un pie de molinillo o de raíz de un árbol y el otro como el de un bebé se lleva a los bebés sin bautismo y a los desobedientes.

Este es un mito propio de los departamentos que poseen costa en el Océano Pacífico. Cuentan los que saben que este personaje mítico es una mujer fea, que tiene un pie de molinillo o de tingui-tingui (raíz de un árbol) y el otro como el de un bebé. Se lleva a los moritos (bebés sin bautismo), a los niños desobedientes, a los maridos trasnochadores e infieles y a jóvenes hombres o mujeres, a los confines del monte para convertirlos en sus amantes.


"La Tunda" engaña a sus víctimas tomando la apariencia de sus madres u otro ser querido para que la sigan al monte; ya en sus dominios, los alimenta con camarones y cangrejos. Con sus malos olores emboba a sus víctimas, y les saca la sangre.


Los “entundados” aprenden ha amar a dicha mujer y rechazan a los humanos. Para poder rescatarlos de "La Tunda", es necesario formar una comisión con el padrino y la madrina del “entundado”, un sacerdote, amigos y otros familiares. Todos ellos se internan en el monte tocando tambores (cununos y bombos), quemando pólvora, disparando escopetas, rezando las oraciones y diciendo palabras soeces para que ella desaparezca.

  
Algunos dicen que "La Tunda" es negra y que huele muy mal, es un ser que experimenta sentimientos humanos, se enamora, se queja y odia, especialmente a los niños. A pesar de sus sentimientos y acciones humanas, "La Tunda" tiene poderes sobrehumanos, pues es ella quien produce la conjugación de sol y lluvia, y cuando esto pasa la gente del Pacífico dice que: “la Tunda está pariendo”.

Se dice que en una zona rural del municipio de Buenaventura, existe la Matunda, la mamá de la Tunda. Una vez en una fiesta, se organizó un concurso de baile y "La Tunda" componía una de las parejas finalistas, pero alguien la descubrió al mirar la pata de molinillo y gritó “¡vela Tunda, esa es la Tunda!” y esta salió corriendo. 
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LA VIUDA 
La leyenda dice que la Viuda, sería el alma en pena de una mujer o de una bruja, que al quedar sola y abandonada al morir el amor de su vida; enloqueció de pena y rabia, y por ello decidió vengarse de todo hombre. Fue así como se dice que producto del odio eterno que sentía hacia los hombres, antes de morir habría hecho un pacto con el diablo para seguir con su venganza; el cual la habría transformado en este terrorífico espectro endemoniado.
Desde ese día los jinetes solitarios de las zonas rurales de Chile, siempre tienen temor de que al transitar solitarios por algún camino en las noches, se produzca un encuentro con la fatídica Viuda. Por ello siempre tienen cuidado de vigilar que no aparezca en el camino la figura de una mujer que se dice llevaría un vestido negro que la cubre enteramente; y a la cual no se le puede ver el rostro ni ninguna parte del cuerpo hasta que se este muy cerca de ella, y ya sea demasiado tarde para escapar.
Si a pesar del cuidado del jinete, o por su descuido, ella logra acercársele; la forma en que atacaría a los jinetes sería usando su poder para obligar al caballo a que se niege a seguir su camino rápidamente o se detenga. Posteriormente el caballo lanzaría fuertes relinchos y se desbocaría en alborotada carrera; guiado ahora, por la magia de la Viuda, que en ese momento ya estaría encaramada en las ancas del caballo. Así el caballo sería guiado por la Viuda hasta el más próximo barranco, en donde se precipitarían el jinete y su caballo; encontrándose al día siguiente sus cuerpos sin vida en el fondo de la quebrada.
Sin embargo a pesar de su venganza, también se cuenta que de vez en cuando, inevitablemente con el pasar del tiempo, siempre vuelve a extrañar el afecto masculino; lo que la llevaría a calmar momentáneamente su odio, para acercarse a los poblados en busca de algún peatón trasnochador. En estas ocasiones, se dice que desde las ventanas ella puede ser vista por los moradores, quienes atemorizados, lograrían observar su horrible pálida y cadavérica cara, con grandes ojos brillantes y movedizos, y su horrible cabellera amarrada con un velo negro que cae hasta barrer el suelo, junto a su largo vestido.
Se dice que ella se movilizaría sobre el suelo, tan rápido que sería imposible alcanzarla o escapar de ella, si así no lo permite. Los varones solitarios, o los varones valientes o tontos que la perseguirían, serían atraídos y posteriormente atrapados a las afuera de los poblados; lugar en donde ella tendría una relación amorosa con el hombre. Al día siguiente se dice que el hombre se sentiría aturdido como si estuviera ebrio, y con el rostro y manos arañados, y sus ropas parcialmente descosidas y desabrochadas. Aun así, estos hombres tienen la suerte de encontrarse vivos; a diferencia de los infortunados que la encuentran en los caminos solitarios, cuando ella está nuevamente cumpliendo su venganza.
En estos últimos tiempos igualmente se dice que la Viuda también se encaramaría a los automóviles, que van manejados por hombres solitarios, especialmente si llevan algunos grados de alcohol en la sangre.
EL PADRE DESCABEZADO 
Dice la tradición que se le aparece a los hombres y mujeres que trasnochaban debajo de un árbol frondoso en el cual se puede ver una gran puerta de un templo.
La persona pasa la puerta y se encuentra una gran sala y al final un sacerdote cantando misa en latín.
Atraído y cargado de pecados la persona oye atentamente pero a la hora de la consagración al dar la cara el sacerdote se le ve sin cabeza y esta chorreando sangre entre sus manos.
Despavorido sale de aquel lugar y queda varias semanas sin habla, cambiando así su vida para siempre.

Eran aquellos tiempos del fusil de chispa, no tan distantes que digamos. Tiempos de oro y de alegrías en que nuestros antepasados, libres del aorisionamiento fastuoso de la moderna civilización, vivían a su modo, pobre y humiidemente, pero siempre contentos y alegres.
Nuestro pueblo, de labriegos sencillos formado, conservó de los conquistadores gallegos que vinieron de la Madre España, en busca de oro y de tierras para aumentar el poderío del León Ibero, su amor entrañable al hogar, su fe religiosa y la sonsería peculiar que lo hizo crédulo y creyencero.
A más de las fiestas de la iglesia, que formaban lista en el año, nuestros abuelos celebraban con menos pompa, pero sí con más alegría, dos festivales cívicos: el 27 de abril y la independencia. Esto es, el aniversario del golpe de cuartel del general don Tomás Guardia y el quince de septiembre, adoptado en Centroamérica como fecha de la emancipación política de España.
El programa era corto: Bailes populares al aire libre y repartición de licor, estallido de cohetes y bombas; gritos y, de cuando en cuando, algunos mojicones, por copa de más o de menos.
Y nuestros campesinos, todos guardaban su pala y el machete, limpiaban un poco sus manos; blanqueaban a fuerza de “‘eje” sus agrietados pies, y salían al anochecer a divertirse con sus respectivas familias, danzando al claror de ía luz que despedían ios faroles de canfín o los reverberos de manteca. Y aquí entramos en nuestra relación, respecto al sucedido de la Calle del Cura.
Ñor Juan Rafael Reyes era el viejo más alegre del distrito de Patarra y no perdía, por nada de este mundo, los festivales del 27 de abril y la independencia, que bastante tenía que sudar los demás días del año para atender a su manutención y la de su familia, para no aprovechar la ocasión de echar una canita al aire.
En su caserío eran bastante recogidos, ajenos a todo, sólo pensaban en la quema de la piedra de cal que les daba, entonces más que ahora, el sustento. Las fechas memorables pasaban casi inadvertidas, por lo que Ñor Juan Rafael se veía obligado a ir hasta la villa para colmar sus ansias de fiesta. Allí era cosa de ver: Las taquillas permanecían abiertas la noche entera: los vecinos principales iluminaban los frentes de sus casas. En la plaza pública el entusiasmo no decaía hasta rayar el nuevo sol y la ilustre corporación municipal solía disponer el reparto de ”guaro” a todos los ciudadanos que vitoreaban al ciudadano presidente. Y eso entusiasmaba a Ñor Reyes, que muy a pesar de sus años que ya eran carga, gustaba de amanecer en vela, bailando a ratos, libando copas, mascullando su chircagre y enterándose de los corrillos de cuanto ocurría en el gran mundo, y soltando de cuando en vez su graceja, para no quedarse atrás con los cuentos, enredos y chistes que los contertulios iban enhebrando
como para amenizar el rato.
Acertó caer la fecha de la independencia en domingo, y desde luego, la fiesta fue sábado en la noche. Por las vísperas se saca el día, y para cumplir con el adagio popular, de antes y con antes comenzaba la alegría.
Ñor Reyes no prescindía de bajar a la “suida a mercar” su manutención, lo que hacía todos los sábados al amanecer, y menos dejar pasar la parranda. Había que compaginar la obligación con la devoción. Verdad es que podía ajilar por la calle de Dos Ríos y evadir así la atención de la villa, pero solo una vez se celebraba al año la independencia y para el siguiente ya podía estar bajo tierra. Había que aprovechar la oportunidad, que algo la suele pintar calva. Ñor Reyes, – lo decía su mujer – sería parrandero y bebedor, eso sí my cumplido con sus obligaciones. Compraba el diario, y lo que quedaba libre era lo que podía beberse en ron o guaro de la Fábrica Nacional. Y cayendo y levantando, podía llegar ya al anochecer a su casa, pero con sus alforjas repletas, con provisión para la semana. También lo decía él: Los almadiados todo lo pierden, menos la memoria.
Ella se lo perdonaba a su marido, porque en su alacena todo abundaba; porque nunca la hizo ayunar, excepto los viernes de cuaresma – ya que era buen católico -, ni la obligó a solicitar prestado el puñadito de frijoles ni de sal, o la jarra de arroz, como le sucedía a la Piedades, su vecina, que a más de la vigilia en que vivía eternamente por las largas y repetidas parrandas de su hombre, que le duraban hasta ocho días larguitos, solía recibir un ajuste de azotes. Y todo se puede aguantar, menos eso de que un “mangúela” alce la mano contra su mujer.
Pues Ñor Reyes salió aquel sábado muy temprano, caballero con su yegua rosilla, vistiendo los trapitos de dominguear, los de coger misa. Lucía su banda tinta, de seda, que le daba varias vueltas en la cintura dejaba que las barbas salieran afuera del ruedo del chaquetón; no faltaba el pañuelo floreado al cuello ni la realera de puño de hueso y plata, compañera de los días de gran solemnidad.
Estuvo en la ciudad; hizo sus compras; provocó más de una risa sabrosota, con sus chistes y sus relatos, que salían de la boca a borbotones; sorbió sus copas de guaro nacional, más sabroso y más claro que el de “charral”, según su opinión de buen bebedor, y al atardecer dispuso el regreso pasando por los “Samparados”.
Ya preludiaban las marimbas y chisporroteaban los candiles, cuando hizo su entrada a la villa llevando sobre la al-barda sus grandes alforjas bien repletas. En la casa del compadre, Ñor Pedro el matador, amarró su ruco, sin desensillarla; dejó a buen recauda las alforjas y su ramita de espino, que le servía de espuela y la varillita de añono, que hacía de fuete y, tras un saludo en que hacia recuento de la salud de todos los de la casa, se salió a comenzar la juerga, relamiéndose de gusto, porque no había dejado de salir sin sorber la jicara de chocolate con sus bizcochos y embustes.
Bailó fandango y punto y sorbió copas. Tuvo más de una disputa y pudo regresar a casa del compadre, sano y salvo, gracias a la intervención de algunos amigos. Allí lo montaron en su bestia y lo pusieron en camino, tocándole el corazón, con el recuerdo de los suyos, que estarían en vela, deseosos de verlo llegar. Y la bestiecilla cogió el trote, calle arriba…
Era la madrugada oscura y fría. Mientras el jinete dormitaba, dejando floja la rienda, la ruca trotaba. Bien sabía Ñor Reyes que montado en un animal manso, que conocía el trillo de la casa como de memoria, podría dejarse llevar confiado y tranquilo.
Pasó por San Antonio sin novedad. Todo mundo dormía. Uno que otro perro ladró a su paso y vino a ahuyentar eí sueño. Cuando cruzó Río Damas y entró en su jurisdicción, apuró la yegua el trote, porque ya estaba próximo el momento de probar bocado y quedar libre del aparejo, el jinete y la carga.
Próximo al recodo llamado la “Calle del Cura sin Cabeza”, se bifurca el camino y dan sombra los altos higuerones. Era un sitio temido, porque decía el rumor popular que asustaban. Muchas historietas de aparecidos circulaban de boca en boca. Pero Ñor Reyes ni era hombre de miedo ni padecía de nervios, más bien se envalentonaba cuando sorbía sus copas.
Frente a la plazuela, donde solamente se levantaba una casa de peones de la finca, vio una ermita. Se restregó bien los ojos, porque no tenía memoria de que allí hubiera existido esa construcción. Pero como para desvanecer sus dudas, replicó campana llamando a misa. Y deseoso de enterarse por sus propios ojos de que no eran visiones ni cosas de! otro mundo, se desmontó y entró al templo, que estaba iluminado a media luz. Se hincó a cantar el “Dominus Vobiscwn ” y se dio cuenta de que al padre le faltaba la cabeza. La impresión lo levantó como con resortes y lo hizo abrirse en estampida. Al pasar bajo el coro, oyó un ruido infernal y sintió que la campana le seguía repicando su badajo… ¡No supo más!
Allí cerca, sobre el zacate, fue encontrado, sin sentido, por los carreteros madrugadores, que llevaban carga a !a ciudad. Lo recogieron y lo trasladaron a su residencia, donde pasó muy malito algunos días. Costó que volviera en sí. Hasta la pronuncia había perdido. Tenía que ser cosa mala la que vio, comentaban los familiares.
Pronto cundió la noticia del aparecido de la “Calle del Cura sin Cabeza”. Los curiosos llegaban a adquirir detalles del suceso y se tejían los más variados y fantásticos comentarios. El tío Melitón, que era muy ladino, definió el asunto: “Acechanzas del demonio”. Ñor Reyes había asistido a sus propios funerales, en castigo de sus pecados. Naturalmente, nunca más volvió a pasar en ‘”deshoras” por ese camino. Si iba a la ciudad, regresaba tempranito y por si tenía que viajar en carreta, para evitar que los bueyes se asolearan, madrugaba, pero siempre esperaba a otros compañeros. Que dos hombres se valen mejor que uno.
La moralidad pública habría ganado mucho, ya que se consumía menos licor nacional en la villa, si no se le ocurre a un vivo llevar al barrio licor clandestino de Agua Caliente, evitando así e! viaje a la villa, pasando por la “Calle del Cura sin Cabeza” en horas de la noche.
Han pasado muchos años y el suceso apenas si se recuerda. El trecho de camino conserva el nombre de la “Calle del Cura sin Cabeza”. Y la conseja del aparecido sigue siendo como una lección de moral, pero nadie escarmienta en cabeza ajena…